El 21 de junio de 1766, el territorio oriental vivió uno de los más cruentos terremotos que se haya sentido en estas tierras. Barcelona se estremeció durante siete minutos, tal como lo describe el sacerdote Fernando de Bastardo y Loayza. Las casas comenzaron a juntarse y los arboles caían al suelo, mientras el río Neverí subía de caudal y sus aguas batían como si el mar hubiese entrado en él. Los habitantes de Barcelona se echaron a la calle, para buscar auxilio en la iglesia parroquial. Durante tres días, el pueblo siguió fervoroso las instrucciones de sus sacerdotes, mientras durante esos mismos días se sometieron a un riguroso ayuno, el cual culminó con la procesión del Nazareno.
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