Nunca
imaginó Fernando del Bastardo y Loayza, párroco de Barcelona que construir la
Iglesia de San Cristóbal, para luego ser consagrada, el 10 de octubre de 1773,
por el Obispo de Puerto Rico, Dr. Manuel Giménez Pérez, esto le serviría para
que el ilustre prelado le donara, cuatro años después, a la feligresía el
cuerpo de un mártir enterrado en el cementerio romano de San Lorenzo.
“Padre
Bastardo, es tanto mi amor hacia Barcelona que San Celestino será el venerable
protector de este gran pueblo”, dijo Monseñor Giménez Pérez al párroco
barcelonés, nacido allí mismo frente a la pequeña iglesia, en la calle Santa
San Cristóbal, en los primeros años del siglo XVIII.
Donativos
El presbítero Fernando Bastardo, con la
edad aproximada a los 70 años, emparentado con la familia Freites y con una de
las mujeres más acaudalada de la Barcelona colonial, Celerina Martínez de
Castro, no encontraba como cubrir el traslado del cuerpo de San Celestino desde
Puerto Rico. Sin embargo, su ascendencia sobre la población, permitió recolectar
el dinero suficiente para emprender esta misión.
Desde
100 pesos hasta dos reales, poco a poco se fue recolectando la limosna. El
traslado fue calculado en 750 pesos, que incluyeron urna, adornos para cuerpo
del santo y su conducción hasta Barcelona. Incluso, el Dr. Manuel Giménez
Pérez, Obispo de Puerto Rico, contribuyó con 100 pesos. Los pueblos de Cúpira y
los llanos, también, dieron aportes
importantes.
Participa el Concejo Municipal
El
padre Fernando del Bastardo y Loaiza, para darle mayor rigurosidad protocolar
al traslado de San Celestino a Barcelona, se reúne con el Ilustre Cabildo para
que encabezara la procesión marítima. El venerable Concejo Municipal, creado el
10 de abril de 1647, acordando designar al Alférez Real Sebastián Vicente
Basegui, para presidir la comitiva local. Además, se integran Sebastián Alfaro,
Sacristán Mayor de la iglesia y don José Ferrusola, factor de la Real Compañía
Catalana, propietaria de la balandra que trasladaría el cuerpo del mártir
romano.
El
8 de octubre de 1777 comienza la travesía. Parte la embarcación por el puerto
del Río, para desembocar por Apaicuar hacia el Mar Caribe. Es un viaje
tranquilo, sin sobresalto. Los viajeros se encomiendan a Dios y a San
Celestino, muerto en una oscura mazmorra en el año 250. Mientras tanto en
Cádiz, España, Juan Antonio Jiménez, fabrica el ataúd para su “amortajamiento”.
Dos
meses es el tiempo entre zarpe, llegada a Puerto Rico, retiro del cuerpo
venerado, para definitivamente abatir las contundentes aguas de las Antillas
para enrumbarse hacia la antiguas Indias Occidentales.
Gran recibimiento
El
8 de diciembre de 1777, llega a Barcelona el cuerpo de San Celestino,
procedente de Puerto Rico, luego de haber sido embarcado en la ciudad de Génova,
teniendo como puerto alterno a Nueva Cádiz. A su ingreso a Barcelona por el rio
Neverí, la santa imagen fue escoltada por San Cristóbal y Santa Eulalia,
patrona de la capital, bajo fuertes cañonazos de cohetes, ruedas y truenos.
Los
oficios religiosos realizados en la benemérita Catedral fue oficiado por el
sacerdote Fernando del Bastardo y Loaiza, párroco de Barcelona. Se cantaron
maitines, vísperas Vinieron multitudes
de diferentes pueblos y villas del oriente. El día 11 de diciembre, el cabildo barcelonés
aclamó a San Celestino mártir, patrono de la ciudad, decidiendo que cada cuatro
de mayo su día.
Para
siempre y desde ese momento, San Celestino se convirtió en el más venerado de
todos los santos que reposan en la catedral. Han transcurrido 238 años y su
cuerpo reposa en el mismo sitio donde se colocó su urna. A pesar de que la
actual no es la original, allí bajo la custodia de San Félix y San Teófilo, los
barceloneses colocan sus ofrendas y milagros para alabanza de Dios.